Un alma en Cristo UAC

By: Un alma en Cristo
  • Summary

  • La Asociación Grupo de María Auxiliadora les invita a escuchar los audiolibros de Un alma en Cristo.
    Los audios son mensajes de Cristo a un alma escogida, sus palabras son un testimonio del amor de Dios por los hombres. _Dios nos habla a todos y nos ama a todos por igual._

    Jesús le dice:
    «Yo soy Dios de todos y para todos, jamás hablo solo para un alma, mis palabras son para todos mis hijos y me prodigo por doquier para aquel que quiera escucharme» 11 de enero de 1983
    Grupo de María Auxiliadora
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Episodes
  • 225 017 MI VIDA – TRABAJANDO EN EL HOSPITAL Segunda parte UN ALMA EN CRISTO (1989) Libro 1
    Sep 21 2024
    Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales 🎧 Audio 225 📘 Libro I Un alma en Cristo Capítulo II. MI VIDA Trabajando en el Hospital (II) Vuelvo atrás en mis recuerdos y diré cómo conocí al Dr. N. N. Yo iba a las clases de la Srta. Benedicta Dáiber. No encontraba confesor; los que había conocido no me gustaban, no me iban. Le pregunté a la Sra. Benedicta si conocía algún sitio, alguna Iglesia que fuese de su agrado para ir a confesar. Ella me dijo que iba mucho a Nuestra Señora de Montalegre, la iglesia de la antigua Casa de la Caridad. Fui y me gustó; sobre todo porque me lo había aconsejado mi querida amiga. Pero no acababa de coger a nadie. Lo que contaré a continuación, no es que sea nada raro, sino que veo en ello la mano del Señor para que escogiera el confesor que me convenía. Veréis, yo fui una de las veces a Montalegre y, por casualidad, confesé con el Dr. N .N. Me gustó su forma clara y decidida de hablar. Le pregunté cómo se llamaba y me lo dijo. Ya no fui más en todo un año. Durante ese año pasó algo que hizo que al final me decidiera a volver. Yo tenía un perrito, un bóxer, que era precioso. Lo crié y él siempre venía detrás de mí. (Me voy de un lado a otro, pero no sé cómo explicar las cosas mejor para que me entiendan). Hacía tiempo que yo le pedía al Señor poder «ver» la muerte, no tenerle miedo. Quería familiarizarme con ella para que, cuando me llegara la hora, no le tuviera miedo. Pues bien, vuelvo al perro. Se puso enfermo el pobre animal. La voz me dijo que no era nada. Yo le hice manzanilla y esperé. Al día siguiente continuaba igual. La voz continuaba diciéndome que no era nada. A los tres días al ver que el perro estaba peor, lo llevamos al veterinario. Este le recetó unas pastillas. El pobre me miraba con tanta tristeza como podía. Le daba un yogurt de vez en cuando. Yo estaba decepcionada. La voz me decía que no era nada, pero mi perro empeoraba. Había que darle al perro la última pastilla a las doce de la noche. Yo no me encontraba bien y quería acostarme. Mi hijo se ofreció para esperarse y ayudarme a darle la pastilla. Bajamos al piso de abajo y el perro estaba en su caja. La cabeza la tenía colgando; los ojos, vidriosos, me miraban con angustia; los labios, lacios, se doblaban y los dientes estaban muy apretados. No puedo expresar lo que sentí. No era simplemente la muerte de un perro, sino que fue mucho más. Para mí fue ver la muerte, el horror, lo trágico, el espanto de la propia destrucción: cuando la vida se va y el cuerpo queda en nada. Estuve llorando toda la noche y todo el día. No lloraba tanto a mi perro, como el engaño de la voz, y el espanto de la muerte.
    Era la una del mediodía cuando comprendí que no podía estar como hasta entonces. Era necesario que a mi alma la aconsejara alguien. Entonces me acordé de aquel sacerdote que me había confesado hacía más de un año, y al cual había pedido su teléfono. Llamé enseguida y, cuál no fue mi sorpresa, oír que él era el que cogió el teléfono. Entonces lo encontré casi normal, pues yo no conocía aún a ese sacerdote. Hoy veo que fue una gracia de Dios, ya que el doctor N. N. es un hombre muy ocupado, viaja mucho y, por ello, es difícil encontrarlo.
    Por teléfono le pedí si quería hacerse cargo de mi alma, y me dijo que, de acuerdo, que fuera. Le dije que le tenía que explicar toda mi vida. Para charlar entramos en un despacho grande donde había varias mesas de trabajo. Me gustó el detalle que tuvo cuando se sentó detrás de la mesa para escucharme y sacó un crucifijo grande y lo puso encima. Aquel crucifijo me dio valor y confianza. Así mosén N. es mi confesor y estoy convencida de que, por la gracia de Dios, en él descansa mi alma. Bendigo al Señor por darme tanta ayuda. 𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1989). 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐. 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰
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    10 mins
  • 224 016 MI VIDA – TRABAJANDO EN EL HOSPITAL Primera parte UN ALMA EN CRISTO (1989) Libro 1
    Sep 21 2024
    Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales 🎧 Audio 224 📘 Libro I Un alma en Cristo Capitulo II. MI VIDA Trabajando en el Hospital (I) Bien, continúo,ya he rogado al Espíritu Santo que me ayude a recordar, y sobre todo a saberlo escribir dando el sentido exacto de la realidad.
    Como estaba tan sorprendida con lo que me pasaba, me consideraba fuera de lo normal. Por eso empecé a buscar a personas a quienes les hubiera pasado, más o menos, lo mismo que a mí. Me aconsejaron que leyera a Santa Teresa. Empecé a hacerlo, pero tenía tan poco tiempo que cogí la costumbre de leer tres hojas cuando estaba ya en la cama. Luego rezaba el Santo Rosario. Una noche, como todas, así lo hice. Tenía encima de la mesita de noche unas hojas del colegio de mi hija que eran una convocatoria para una reunión de padres. Había leído en el libro de Santa Teresa cuando Jesús le habla por primera vez. Recuerdo que me impresionó mucho y lloré. Me sentía identificada con ella. Dejé sobre la mesita las hojas y el libro cerrado de la Santa, y me dispuse a empezar el rezo del Santo Rosario. De pronto oí como unos fuertes arañazos, como si rasgaran un papel. Es cosa rara, pero no sentí miedo. Me dije: «Bueno, por lo fuerte que rasgan el papel, deberá moverse». Y me quedé mirando un poquito. No vi que nada se moviera. Más tarde pasó lo mismo otra vez. Y así hasta tres veces. Yo continué observando, pero nada vi. A la noche siguiente, cuando ya no me acordaba de lo sucedido, al abrir el libro por la señal donde lo había dejado, vi, con sorpresa, que las hojas que había leído la noche anterior estaban rasgadas, con cortes de diversas formas. Pregunté, y la voz me dijo que era para que viera que no era una ilusión, un hecho irreal, sino una realidad. La voz me decía que debía dejar la tienda y que debía ir a trabajar a un hospital. Todo esto era muy penoso para mí pues no sabía cómo dejar la tienda, ya que estábamos llenos de deudas. Por otra parte, la verdad es que había perdido todo el interés que tuve en otro tiempo por ella. Recuerdo que la moda llegó a ser toda mi vida. Cuando veía entrar a una señora, con mi imaginación ya la había vestido. Pero últimamente llegué a no saber vestir a nadie ¡Qué me importaba cómo fuese vestida una persona! La voz insistía. Yo iba al colegio de adultos, estaba en la tienda, en casa tenía a mi suegra y una mujer que venía dos veces por semana. Suelo decir que cuando el Señor te dice: «Camina», y tú te pones a caminar, Él va y te pone el pie... Al menos ésta es la sensación que yo tuve. Tenía que dejar la tienda, debía estudiar, ir a un Hospital... y lo logré. Pero cuando estaba haciendo el graduado escolar, trabajando por la mañana, haciendo un cursillo de auxiliar de clínica, mi suegra se puso enferma.Cuando terminé el cursillo de auxiliar de clínica, me mandaron a hacer las prácticas al Hospital Clínico de Barcelona, en la sala de traumatología. Como la voz no dejaba de decirme que debía luchar por quedarme a trabajar en el hospital, hablé con la supervisora y le rogué que, cuando hubiera terminado las prácticas, me gustaría quedarme. Ella accedió y me quedé. Trabajaba en el hospital de ocho de la mañana a tres de la tarde. Mientras tanto mi suegra quedó inválida y estaba cada día peor. Necesitaba a una persona para ella sola. A mí me remordía la conciencia tener que dejarla todos los días para ir al hospital. Se lo planteé a mi suegro, y él me dijo que no dejara el trabajo. Cuando yo planteaba a la voz qué debía hacer, me contestaba: «Deja que los muertos entierren a sus muertos». Fue una temporada muy dura. Ahora lo comprendo; entonces no lo comprendía. Había dejado la tienda, con no pocos problemas, con mi amiga, y porque no había nadie para traspasarla; y, si no la traspasaba, no podíamos pagar. Mi suegra tenía arteriosclerosis y cada día estaba peor. De día dormía y de noche no nos dejaba dormir. 𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1989). 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰
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    10 mins
  • 223 015 MI VIDA – A CURAR CUERPOS Y ALMAS Cuarta parte UN ALMA EN CRISTO (1989) Libro 1
    Sep 21 2024
    Un alma en Cristo https://unalmaencristo.my.canva.site/redessociales 🎧 Audio 223 📘 Libro I Un alma en Cristo Capítulo II. MI VIDA A curar cuerpos y almas (IV) Un día que estaba orando de rodillas ante el cuadro, vi como de mi mano izquierda desaparecía la piel y se veía las venas y tendones. Éstos también desaparecieron hasta quedar la mano en los huesos. Parecía una garra horrible. La cosa duró unos segundos, pero bastó para que me diera cuenta de cómo me quería a mí misma: de cómo quería a mi cuerpo, de cuánto se ama el hombre a sí mismo. Causó tanta impresión en mí, que estuve una buena temporada acariciándome la mano y, sin darme cuenta, siempre la tenía cogida. Esto me demostró que nada somos en este mundo.
    La voz me decía que tenía que hacer estampas pequeñas.
    Miré detrás del cuatro y observé que se trataba de una editorial de Barcelona. Pude localizar la casa y fuimos mi amiga Ana y yo. El encargado me dijo que nos podían hacer las estampas. Mi hermana Carmen y mi amiga Ana me ayudaron a pagar estas estampas pequeñas. Tuvieron mucha aceptación; causaban impacto. Cuando iba a las clases de Física Mental, nos enseñaron una oración de protección. La voz me dijo que debía dejar de decirla. La oración no había sido compuesta por ningún santo ni por la Iglesia, pero yo me había acostumbrado a ella. Tenía miedo de dejarla pues, con ella, me sentía protegida. Le pedí al Señor que me diera otra, pues tenía miedo. Entonces Él me dictó la Oración de la Luz y me dijo que todo aquel que la recitara, tanto si era creyente como si no lo era, quedaría envuelto en la luz de Dios.
    Más tarde me dijo que debería ir impresa detrás de la estampa del Sagrado Corazón.
    Como ya he dicho más arriba, me pasaba horas contemplando el cuadro. Era mi ilusión. Un día, mejor dicho, una noche, que lo contemplaba desde la cama y sólo tenía la luz de la mesita encendida, ésta iluminaba la parte izquierda del rostro de mi Señor. La voz empezó a decirme: «No tengas miedo, no tengas miedo». Y, poco a poco, fue sacando la cabeza del cuadro. Tuve tanto miedo que sólo puedo decir que, cuando pasó todo y volví a la realidad, a la vez que el Señor sacaba la cabeza, observaba que su nariz, al ser abultada, y venirle la luz de su parte izquierda, le hacía sombra en su lado derecho. Sí, tuve miedo. Ahora, a veces le digo: «Anda, Señor, saca la cabeza.» Y Él me contesta: «No, que tendrás miedo.» Casi cada día pasaba algo. Como tengo mala memoria, han quedado grabadas en mi mente las cosas que más me impresionaron. Fue un tiempo en el cual el Señor constantemente llamaba mi atención. Bien, continuo. Ya he rogado al Espíritu Santo que me ayude a recordar y, sobre todo, a saberlo escribir, dando el sentido exacto de la realidad. 𝑮𝒓𝒖𝒑𝒐 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝑨𝒖𝒙𝒊𝒍𝒊𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 (1989). 𝑼𝒏 𝒂𝒍𝒎𝒂 𝒆𝒏 𝑪𝒓𝒊𝒔𝒕𝒐. 𝑳𝒊𝒃𝒓𝒐 𝑰
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