Dirigirse de manera amable hacia alguien es una buena forma de iniciar cualquier conversación. Transmitir cordialidad y confianza facilita mucho las relaciones y fortalece la capacidad de influencia en los demás. Esta regla sobre las relaciones humanas no es nueva. Si por ejemplo echas un vistazo a la Biblia, verás que estaba muy presente en las enseñanzas que impartió Jesús en Judea hace 2000 años, pero también en las de otros grandes filósofos a lo largo de la historia; porque ser amable y cordial, o mostrar respeto hacia los demás, es un pilar de la convivencia en cualquier entorno social. Por esto es tan importante en el liderazgo de los equipos de trabajo y en el conjunto de las organizaciones. Y es que todos queremos que se nos trate con amabilidad; que se nos respete, se nos apruebe y como no, que se nos reconozca por lo que hacemos y lo que aportamos. Queremos sentir que somos también importantes y que se tiene aprecio sincero por nosotros. Todos esperamos recibir esa calidez y buenos elogios en el trato con otras personas, porque nos cargan de ánimo y nos hacen sentir bien y motivados. Y la manera de obtener todo eso de los demás también para ti, es más sencilla de lo que pueda parecer, ya que consiste simplemente en ofrecerles lo mismo a ellos con generosidad, pero sin adulación. De hecho, parece ser que ser amables resulta beneficioso para la salud, según un reciente estudio presentado por la Universidad de Estudios Sociales de Varsovia, el cual determina que los pequeños actos, como sonreír, un saludo cariñoso o hablar bien de alguien causan un bienestar evidente a quienes lo hacen con frecuencia. Además, es que no cuesta nada hacerlos, se trata de algo sin coste; un simple gesto como dar un cordial buenos días; mantener una conversación relajada con alguien; invitar a un café o preguntar por la situación de algún compañero, no representa un esfuerzo y merece la pena acostumbrarse a hacer ese ejercicio constantemente. Por el contrario, y según ese mismo estudio, el andar haciendo justo lo contrario; es decir, siendo deshonestos, criticones o impertinentes, podrían tener un efecto negativo en la salud. Supongo que de ahí vienen expresiones como “tener mala baba”. De impertinentes parece estar el mundo lleno y eso no es bueno. La impertinencia no es una virtud, sino un defecto en la forma de comunicarnos que además parece extenderse como un virus en nuestra sociedad actual. Hay una tendencia a que los comentarios irrespetuosos hechos con intención de anular a una persona o de alimentar un conflicto se hagan cada vez más habituales con la excusa de una supuesta honestidad, sobre todo en el entorno de trabajo; donde a veces estas situaciones degeneran empujadas por intereses o circunstancias. Los impertinentes metepatas son esos que, con el argumento de mantener por norma una estricta sinceridad en sus comentarios y valoraciones, se escudan en este razonamiento para justificar la crítica gratuita o los comentarios crueles hacia otros, sin importar el daño que puedan causar con ello. Nada de medir las palabras; mi verdad la pondré por delante siempre. Qué fácil es llegar a ser un cretino… Comunicarnos con otros requiere tacto y sensibilidad. El mostrar lo que uno piensa de manera espontánea e impulsiva, sin aplicar ningún filtro, puede ser imprudente si lo que se pretende es mantener una conversación amigable o productiva. El expresarse en un momento determinado sobre cualquier tema de conversación siempre hay que hacerlo con confianza, pero sin ofender. Ser alguien con quien merece la pena dialogar, trabajar en equipo o construir una relación de amistad requiere respetar unas reglas, además de aplicar ciertas habilidades con el objetivo de que la persona con la que se habla se sienta bien contigo. Esas reglas y habilidades son, por ejemplo, la autenticidad, la coherencia o la transparencia; pero también la aceptación y la tolerancia; ya que la persona a quien nos dirigimos no tiene por qué pensar de la misma forma que nosotros, algo que parece que le cuesta entender a mucha gente. Acepta a los demás tal como son; cada persona tiene su historia, sus capacidades, cualidades, defectos y circunstancias. Platón ya lo decía con aquello de “…cada persona libra algún tipo de batalla” Intenta conocer a los demás y entender sus inquietudes y formas de pensar. Trata de aplicar la empatía, poniéndote siempre en su lugar para comprender sus puntos de vista y comportamiento. No se trata de que te conviertas en un psicoanalista, pero darle un par de vueltas a las cosas antes de juzgarlas puede ser un buen ejercicio para no meterte en problemas.